Historias de Metro

Los Rostros del Bicentenario en carne y hueso.

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No son pocos los MetroArte que visten a Baquedano. Nos podemos encontrar con “Declaración de Amor”, de Samy Benmayor; “Vía Láctea”, de Francisco Smythe; o “La Bajada”, de Matías Pinto D’Aguiar, por nombrar algunos. Sin embargo, desde 2010 está uno de los que más llama la atención. Se trata de seis inmensos oleos del artista nacional Guillermo Lorca, que conviven con nuestros pasajeros en una de las zonas más transitadas de la red. Son seis miradas que nos buscan. Seis rostros anónimos. Hasta ahora.

Ocho años después, reunimos a algunos de sus protagonistas, quienes demostraron que sus vidas no se congelaron como en los cuadros. Acá te contamos qué ha sido de alguno de los rostros del Bicentenario.

Daniela Vargas Guajardo

“Tengo muy lindos recuerdos del momento en que comenzó este proyecto. Yo estaba de vacaciones cuando se hizo la sesión de fotos con el artista y viajé de Valparaíso para participar. En esa época, estaba viviendo cambios en mi vida, entrando recién a la Universidad a estudiar Terapia Ocupacional y con menos responsabilidades que ahora. Tengo 29 años, estoy casada, tengo un hijo de 1 año 8 meses y una niñita que viene en camino.

Lo que más agradezco de estar todavía en la estación, es que mis hijos podrán ver a su mamá cuando tenía 21 años y así descubrir que la vida avanza, que crecemos y vamos cambiando todos los días.

La gente hasta el día de hoy me reconoce y muchos amigos me mandan selfies cuando ven mi cuadro en la estación”.

Rodolfo Cortés

El Yoyo fue un trabajador habilidoso, buena persona y servicial. Era el jardinero en la casa de la mamá de Guillermo Lorca, donde también era el encargado de la limpieza, el orden y trabajos más domésticos.

Vivió 70 años como un hombre lleno de energía, comprometido y amigo de sus amigos. “Fue un ser ejemplar”, cuenta su hija Alicia. “Cada vez que tengo la oportunidad de pasar por la estación, me acerco y le sonrío. Es que es tan imponente su cuadro, tan grande, que me emociona sentirlo cerca a través de esta obra”, agrega.

Don Yoyo trabajó sobrellevando un cáncer hasta que su cuerpo y energías se lo permitieron. Fue hasta 2015. Su legado quedó para siempre en el Metro de Santiago.

Rodolfo Idilio Cortés Henríquez

08/04/1945 - 24 /08/2015 +

Mireya Hernández Hernández

La Yeya es una mujer dulce y entre la timidez que esconden sus ojos, está la persona que cuidó a Guillermo Lorca desde chico y a quien todavía considera su regalón.

Es la más adulta de los Rostros del Bicentenario y una de las que más energía tiene. Por eso, al verse en la estación se ríe fuerte; le da un poco de vergüenza y también se emociona a sus 80 años.

Vive con su hija Marisol y Matías, el perrito regalón de su casa. Oriunda de San Carlos, dedica su tiempo libre a descansar y durante las vacaciones visita a su familia en esa localidad de la Región del Bíobio. Amante de la cocina, cuenta que el plato que más rico le queda es el pastel de choclo y las cazuelas. “Amor y alegría son los mejores condimentos”, dice.

“Al mirarme y hacer una comparación con el momento en que me retrató Guille, veo a una mujer que ha aprendido a disfrutar la vida y a conformarme y ser feliz con cosas sencillas”, concluye.

Cristian Vargas Catalán

“Somos amigos con Guillermo Lorca, porque también soy pintor, y recuerdo que un día me invitó a participar en esta tremenda obra de arte que se quedaría en Baquedano. Para mí fue un gran orgullo porque admiro mucho su trabajo como artista.

En la época en que se inauguró la muestra de cuadros, yo tenía 36 años, una hija que hoy tiene 20 y una vida entera por conquistar. Y lo he estado haciendo: hoy soy una persona feliz, con una familia consagrada y un nuevo integrante que llegó hace cinco años a nuestras vidas: mi hijo Tomás. En la actualidad trabajo en el área de finanzas y sigo haciendo mis pinturas personales.

Al mirar mi cuadro recuerdo que en esa época decía: que lindo llegar a viejo y volver al pasado a través de esta pintura que refleja una juventud que disfruté pero que ya quedó atrás”.

Loreto Millalen Ulloa

Se transformó en retrato gigante a los 35 años, cuando trabajaba en la Corporación del Patrimonio Cultural de Chile y estaba terminando su carrera de Relacionadora Pública. “Con los años fui creciendo y logrando metas que me han hecho una mejor persona. Soy apegada a mi familia y al yoga, así que he mantenido estos gustos que me hacen feliz”, cuenta.

Cuando vio el retrato dice que se cayó de espalda y sintió mucho orgullo por ser parte del proyecto. “Al mirarme con ocho años menos, entiendo lo importante de quererse y cuidarse más”.

Para Loreto, lo mejor de esta experiencia “es que hace 12 años mi hermano le saca una foto a su hija cada vez que pasa por el cuadro, y como es mi única sobrina, para mi es maravilloso tener un registro de ambas, donde finalmente ella se vuelve la protagonista”, asegura.

¿Lo conoces?

Cuando realizamos la búsqueda de los Rostros del Bicentenario no pudimos encontrar a uno de sus protagonistas. Así que a través de nuestras redes sociales comenzamos la búsqueda, y gracias a la ayuda de nuestros usuarios, el final tuvo un desenlace feliz.

Luis Escobar es el nombre de nuestro último cuadro de casi 3 metros ubicado en estación Baquedano y quien hace ocho años nos acompaña día a día en la combinación entre L5 y L1. Ocho años han pasado y Luis nos confiesa que nunca había visto el trabajo terminado. Hasta hoy.

“Cuando supe que el Metro de Santiago me estaba buscando, sentí una sensación muy linda porque haber participado de esta obra de arte de Guillermo Lorca me llena de orgullo. Luego de ocho años, mi vida continuó como la de cualquier chileno promedio. Con cincuenta, hoy trabajo como guardia de seguridad en una universidad en Santiago, tengo a mis tres hijos sanos y mantenemos una comunicación constante. Creí tener pocas cosas pendientes en la vida, y una de esas era ver mi retrato a gran escala.

Fue muy emocionante. Mis ojos se llenaron de lágrimas porque en todos estos años nunca me di el tiempo de mirarme y ver qué tanto había cambiado. Estoy muy contento porque este también es un regalo para mis hijos y mis próximos nietos. Luchito está inmortalizado en uno de los lugares más imponentes de Santiago y nunca me podrán olvidar”.